Hace ya más de quince años, creo que siempre he tenido el problema, y a su vez la gran ventaja, de que cada asunto y cada posible problema de un cliente, se convertía al momento en mi propio problema. Se quedaba en mi cabeza y me lo llevaba a casa cada noche, cada fin de semana.
Nunca he sido capaz de abstraerme. Pero hoy, pasado el tiempo, entiendo que quizás, esa capacidad de asumir y sentir como propios los problemas y los proyectos de los clientes, es lo que te permite en muchos momentos dar lo mejor de ti mismo y no parar hasta tratar de encontrar la mejor solución o el resultado óptimo para el cliente.
Precisamente, ese mismo exceso de empatía es lo que hizo que desde que empezara a ejercer, haciendo las prácticas en un derecho generalista, me diera cuenta de que no era capaz de dedicarme a determinados asuntos o áreas del derecho (como los relacionados, por ejemplo, con el derecho de familia o el derecho penal), lo cual, por fortuna, me llevó decidir realizar un máster en asesoría jurídica de empresas y especializarme en lo que, podríamos llamar, el derecho de los negocios.
Y ésta, precisamente, es la segunda idea que tenía clara cuando decidí iniciar este proyecto: La necesidad de especialización.